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martes, 27 de febrero de 2024
LA MARCA DE CAÍN
viernes, 23 de febrero de 2024
EL DESCUBRIMIENTO DE A JIERRO
Texto CARTA I Texto CARTA II Texto CARTA III Audible CARTA I Audible CARTA II Audible CARTA III
El
Ronquillo, Sierra Norte de Sevilla. El 24 de diciembre de 1992, tres
excursionistas acamparon en el interior de una destartalada cabaña —de apenas 15
m2— situada en la aledaña laguna de los Cachones. Sobre las 6:00 h
de la mañana del siguiente día, mientras se preparaban para proseguir con el
itinerario previsto, hallaron por azar un rebajo en uno de los troncos de la
pared posterior, hecho a voluntad, que ocultaba dos cartas del siglo XIX
dirigidas a una valiente mujer sevillana. Ambas afines a la encontrada el 20 de
enero de 1991 en el curso de la reforma del barrio de Fourvière, Lyon.
El legajo es una tríada escrita en francés por dos
idealistas hispalenses y la esposa de un vecino del barrio de Triana. Numeradas
y correlativas según mi criterio, obviando las fechas. Asimismo, he actualizado
la prosa en lo posible y considerado que algunos vocablos y frases han de
mantenerse sin traducir.
Fueron redactadas en una agitada época en la que España
combatía por su independencia y libertad.
Juzguen por ustedes mismos el alcance histórico que
representan dichos hallazgos.
A JIERRO CARTA I COMPLETA
PRÓLOGO: EL DESCUBRIMIENTO
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Carta I
·
Pliego cilíndrico. Descubierto en París
en 1991.
·
Probablemente atado en cordel vacuno y nudo
timbrado con trementina color bermellón.
·
Dirigido a:
Don Manuel Rodríguez Lara
El
Ronquillo, 20 de junio de 1814
Queridísimo
Manolo:
Siento no haberte escrito antes, la adversidad frenaba la
llegada de este día. Después de tres años de tormenta cargada de dificultades ha
diluido su furia y la calma que me rodea permite seguir con mis planes y acercarme
a ti a través de estas líneas.
Estoy bien, asentada con una falsa identidad, he renacido
como Doña Pilar Gómez García. Vivo flanqueada de pastos y ovejas, envejecida
como manda la vida y empobrecida por el magín que me trajo hasta aquí. Este
retraso te pondrá al corriente en algunas cosas de la patria, y en otras, quizás
ya estés informado. Pero es tanto el deseo de hacerlo que he de contarte lo uno
como lo otro.
Abandonamos el vencido siglo con ropajes tan distintos
que la moda excusó sus beneficios como el resultado del modernismo que trajo el
vapor, y con ello las engañosas palabras de Napoleón Bonaparte; ni somos
hermanos, ni estamos más libres. ¿Cómo caímos en esa trampa, Manolo? ¿Cómo no
nos dimos cuenta de que su aval era el capitalismo que combatíamos? No sé si es
por el sano aire de la montaña, el particular brillo del sol o el peso de la madurez,
pero siento el arrepentimiento de haber participado en esa farsa. Solo
encuentro consuelo con la noticia de que «Le Petit Caporal» ha sido encerrado
hace un mes en la isla de Elba, cercada por el mar Tirreno.
Todavía, en las horas de sosiego, rememoro el día que escapamos
con lo puesto a combatir la injusticia al lado de los ideales republicanos. Éramos
un centenar de enclenques sevillanos sin futuro, hartos de ser amenazados por
la Santa Inquisición.
Partí clandestina con vosotros, entre la niebla del alba,
subida a una carreta que se sostenía milagrosamente. Prosélitos a un líder que
solo pensó en sí mismo y olvidó el principio por el que decidimos luchar junto
a él. Entablamos desahogadas charlas e intercambiamos los diversos motivos que
nos llevaron a tan crucial viaje, nada tenían que ver con la grandeza y
hermosura de Sevilla. Sí, con su oscuridad. El más agorero hablaba de las
consecuencias de formar parte del proyecto napoleónico si caíamos en manos de
las autoridades de Carlos IV. Nació en todos nosotros una sólida amistad que se
solidificó en una pequeña hermandad. Ahora somos almas sin luz, marginadas en
la tierra anhelada y ratas hostigadas en el terruño. Apasionados momentos llenos
de ilusión detrás de un futuro desbordado en lágrimas.
Un hombre de marcado rostro y portador de una biblia de
bolsillo, me sorprendió gratamente. Se identificó cortésmente como Luis
Gutiérrez. Empatizamos en el camino, y en el fuerte francés de Puivert debatíamos
a diario, en total compartimos un fugaz mes. A cada uno se nos obligó a
participar en distintos destinos, peor aún, en divergentes derroteros. Al menos,
nos concedieron que la secretaría del destacamento sirviese de estafeta y de
dirección postal, se encargaron de repartir los pliegos y carillas que iban dirigidas
a cada uno de nosotros; estuviéramos o no en el frente, dentro o fuera de
Francia. Me pregunto si continúan haciéndolo.
Dejé Nantes con la intención de volver a España en busca del
amigo Luis. Por mi condición de «gabacha» tuve que recorrer el trayecto libre
de controles; el único seguro y el más largo para alcanzar mi destino.
Sé por una nota suya que cayó herido por un exoficial del
antiguo mando francés a finales de noviembre de 1808; el ofendido era uno de tantos
que repudiaban a Bonaparte por el golpe de estado del 99 y a cualquiera que
formase parte de sus tropas. Por navidad volvió a Triana para recuperarse de la
herida, en el muslo izquierdo, provocada por la afilada hoja del sable, y la de
su corazón que aún lloraba la muerte del que le retó.
Bajé de la diligencia en El Ronquillo el doce de marzo de
1812. Me instalé provisionalmente en la buhardilla de unos parientes. Andaba impaciente
y expectante, a que el nuevo gobierno aprobase la que sería la primera constitución
hispánica de este siglo. A los siete días se promulgó tan soberano acontecimiento.
Por fin; asiáticos, americanos y españoles, éramos investidos con iguales derechos
y deberes. Con ella menguamos al poder monárquico, y desterró la maldita inquisición.
¡Fui tan feliz con la buena nueva que pagué a escondidas un trago de tintorro!
Aunque, hace siete semanas que ha sido abolida. Las mujeres y hombres, de común
pensamiento, la hemos disfrutado 50 meses con satisfacción.
¿Recuerdas las tardes de invierno, ocultos tras la flama
de la vela, conspirando contra el arzobispo de Sevilla y de cómo atentar la
sucursal del diablo Torquemada? Acabar con esa organización del crimen fue la
principal razón para unirme a tu grupo y la de formar en las filas
napoleónicas. En cuanto tomaron poder cerraron la institución inquisitoria. La refrenda
prohibitiva que puso a los cuatro vientos José Bonaparte, justificó con creces
mi afrancesamiento. Me hubiese quedado de haber nacido «La Pepa» antes de migrar.
No sé si lo sabes, pero es el mote que se le dio, en Andalucía, a la Ley
Fundamental del 19 de marzo 1812, festividad de José y Josefina. El simpático
apodo se extendió a los territorios de ultramar mediante el flujo naviero del puerto
de Indias de nuestra soleada Hispalia.
El cariño a Luis, nació a lo largo de la convivencia en
el fortín, se transformó en amor al regalarme Pierre, un amigo en común, un
libro que se convirtió en el pábulo de mi búsqueda. En español y con acento
francés, dijo: «Léelo en casa, alguien podría hacerte daño si te ve con él». Me
contó que Luis lo escribió, estando a cobijo de sus padres, después de una
intensa disputa con su consciencia, el año en que Napoleón se proclamó jefe del
estado francés. Tan solo se imprimieron una veintena, todos ellos acabaron requisados
y quemados por el tribunal del Santo Oficio. Fue prohibida su divulgación y con
castigo de ahorcamiento a quien intentase divulgar tanto la indebida apropiación
como el argumento. No obstante, añadió, que siete años más tarde las librerías
francesas presentaron en sus escaparates y mostradores, una segunda edición
respaldada por el autócrata militar. Seguro que no ignoras el título «Cornelia B. o víctima de la inquisición».
Leído y releído, en el pequeño apartamento de Bouaye-Nantes,
comprendí que era una dedicatoria. Supuse que debió de sentirse motivada su imaginaria
por las aventuras que le conté. Él supo, por mí, de la riña que llevaba contra
el régimen impuesto por la iglesia, pero me di cuenta de que si se imprimió la
edición original en 1799, siendo yo la joven veinteañera más buscada del país,
es que estuvo siguiendo mis pasos a escondidas mucho antes de conocerle y
evitando que me percatase de su existencia hasta que se presentó en el
chirrioso carromato.
Hizo público el clamoroso manuscrito como denuncia de la ruindad
del episcopado, es un documento contra la inquisición y sus tutores. Destapa en
gran medida las vergüenzas y malas prácticas del patronato clerical. Luis reveló
su extrema inclinación opositora al titularlo con mi auténtico nombre
«Cornelia». No solo atacó a la magistratura de la fe cristiana, sino que
también puso precio a su cabeza. ¡Manolo!, ¡Luis es un héroe que hizo uso del
talento y la tinta, para desenmascarar a la infame curia! Gracias a él
perdurará la verdad en épocas venideras.
En un lapsus repentino decidí ir a visitarle y conversar
con él profusamente. Deseaba agradecerle el acto de valor que tuvo al escribir
tan brillante argumento, decirle lo importante que era su obra en la lucha contra
la tiranía de sotana y manifestar lo que para mí significaba su divulgación.
En la ruta de El Ronquillo a Sevilla, respiré aire de
libertad y pasión. Debía encontrarlo en Triana, cerrar la incertidumbre de mis
pensamientos y luego esconderme en una casita, a orilla de un pequeño lago, que
unos amigos de la familia de acogida me ofrecieron. Al llegar, disfrazada de
viuda, pregunté en las tabernas y comercios. Con el nombre de Luis Gutiérrez no
conocían a nadie y los que decían codearse con él me daban indicaciones
erróneas.
En el intento de revivir las correrías de chiquilla
caminé por los callizos hasta San Jacinto, seguí sentido al río, un amable
barquero se ofreció por 3 reales a llevarme a la otra orilla. Tomé por el
Arenal hasta la Torre del Oro y, en diez minutos, por Santo Tomás llegué a la
plaza de la catedral. Había rememorado con entusiasmo la senda de nuestras
protestas. Es comprensible que la tentación acudiese más al recuerdo que al
sentido común; en el transcurso de los andares no me sentí especialmente
preocupada por si me identificaba un malparido y corriese a denunciarme,
paseaba inadvertida, el negro abundaba en las calles y las bayonetas
indiferentes al dolor apuntaban a las vaporosas.
Elevé la mirada y ahí estaba «La Santa» con su
majestuosa y silenciosa presencia, proyectó en el cielo las imágenes de las
aventuras que viví, las que vivimos frente a la Puerta del Príncipe. Me senté
en el poyete de la vecina fuente de la Farola y me entretuve con los dedos a remover
la fresquita agua de la Virgen de los Reyes, aún mantengo en la retina a los
alguaciles sacándonos de su interior cuando pedíamos harina para el pueblo. Al
rato, dos hombres me abordaron. Pensé que iba a ser detenida, sabían de mi
nombre verdadero y querían hablar conmigo. Era el impresor de Luis, y, ¡tu
hermano! ¡Monito! ¡Con que fuerza nos abrazamos!, con que ganas rozamos las húmedas
mejillas. ¡Qué felicidad Manolo! ¡Se encuentra bien, muy bien! Eres tío de una
hermosa niña. Fuimos a su casa y no paramos de devorar el pretérito. Tras una
copa de vino que acompañó al queso y al pan, la cosa se puso seria. Mateo, el editor,
me dijo: «No lo busques más». No vaciló en decirme que Luis abandonó este mundo
pensando en mí. Relató con expresiva congoja que fue capturado al mes de llegar
sin importarles su quebrantada salud. Sin compasión, tres esbirros del priorato
lo secuestraron. Poco después se anunció a viva voz su ejecución por
afrancesado, ¡mentira!, Sevilla sabía que se trataba de la particular venganza
del obispo por la ocurrencia de «Cornelia
B.». Los muy desgraciados no consintieron su sepultura en el camposanto, incineraron
su cuerpo sin la autorización de la familia. Rabiaba mientras me narraba tan
humillante perversidad. El arrebato de impotencia cegó mi cordura y del espanto
salí corriendo al patio a sobrellevar la aflicción, al silenciarse el colibrí, Monito
se acercó a consolarme con un afectuoso abrazo. Cogió mi palma y puso en ella una
carilla escrita por Luis. Entristecido, dijo: «Antes de gangrenarse la herida
con la que llegó, Luis me pidió que te entregase esta declaración si volvía a
verte tras su muerte».
Decidí no esperar a llegar a mi nuevo hogar en los
Cachones para leerla, intuía que ese hombre iba a ser sincero y la impaciencia
me presionaba. De regreso rompí el sello con la ayuda del vaivén del coche. El
contenido transformó mi pena en desolación.
¡Amigo; somos libres, Sevilla es libre, España es libre! Los
tiranos de uniforme y los de casulla y mitra, han sido aplacados ¡Manuel! Querido
Manuel, ya no me importa. Me hallo atrapada en la melancolía.
Deseo verte pronto para disfrutar de tu voz durante una
larga conversación a la luz del candil. No olvides escribirme; cuéntame las
vicisitudes de tu vida.
A JIERRO CARTA II COMPLETA
PRÓLOGO: EL DESCUBRIMIENTO
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Carta II
·
Hallada
en la laguna de los Cachones en 1992.
·
Testimonio
sobre papel china.
·
Tipo
de doblado: ventana. Sello roto, de lacre rojo amarillento.
· Dirigida a:
Cornelia Barón López
Sevilla, 20 de enero de 1809.
Amada
Cornelia:
No
es el delirio el que mueve el metal del canutero. La fiebre debilita mi mano, pero
la mente demanda un último esfuerzo antes de que llegue la muerte, necesito confesar
la pasión que por ti siento y de la locura que me llevó a desearte en cuerpo y alma.
Perdona a este pobre moribundo que desde la distancia espió tus actos
revolucionarios hasta que decidiste escapar de la presión de la iglesia.
Nací en Espartinas en la comarca de
Aljarafe, de padre pastor y madre hilandera. De adolescente mudé al domicilio
de mi abuela trianera para atenderla, ahora vivienda de mi agonía. Pertenecí a
la vocación que más odias.
Aceptaste mi amistad, siendo yo exclérigo
y apostatado, te lo oculté para evitar la posibilidad de que me rechazaras. Esa
madrugada, a tu vera, temblaba de la emoción al tenerte tan cerca. Por fin
podía ver el color de tus ojos. Te conocí a la edad de 23 años, siervo de la
Orden de la Santísima Trinidad y de la Redención de Cautivos, lo que viene a
ser un fraile trinitario. Estudié letras, y me formaron en lo que desde el
pasado curso se ha definido como periodismo. En la congregación nos gustaba
llamarlo estudios de empresa y hogar. Aprendes a observar lo mundano y a
preguntar por él. Quise ligar mis creencias de lo divino con la de escritor, y aprender
a fondo la técnica de la ilustración y encuadernación. Las mejores imprentas,
impresores e ilustradores, se hallan bajo el manto del Vaticano, la ciudad de Sevilla
no es menos en este arte. Pretendí no traicionarme con el uso de la pluma y me expulsaron.
En un atardecer estaba en uno de los
balcones que los monjes compartíamos espacio, en las horas de misa, con las
hermanas del Santo Cristo, tú sujetabas un cirio mientras rasgabas con la punta
de la navaja la madera de uno de los bancos de la basílica con las frases: «sin pan no hay credo que se salve», «los ricos roban el alimento de los pobres».
Estuve tentado a interrumpir el sacrilegio, pero una fuerza invisible me lo
impedía. Los enunciados colmaron de dudas mi espíritu, y a posteriori, vislumbré
que el hábito no simbolizaba estar cerca de la gente que besa el misterio central
de la cristiandad, más bien de lo contrario.
Mostré especial interés en tus señales,
pataleos y de la fuerza subyacente que desprendías contra el orden establecido.
Tus constantes algaradas anticlericales despertaron mi curiosidad por los
asuntos que enterraba la inquisición. Descubrí, que te sobraban razones. Me
sentí atraído hacia ti y a tu fe. Sin embargo, la mía acataba las directrices
de la doctrinal papista. En una adinerada boda gritaste que los muros de la
catedral hispalense estaban impregnados de pecado al haber apoyado en ellos a
tantos esclavos en venta, que las escalinatas eran inmorales por las huellas de
marcados hombres y mujeres, y que la piedra caliza había sido convertida en el
sudario de los encadenados sin la aquiescencia de Dios. Por esas expresiones te
soltaron a los perros; a partir de entonces no dejaste de correr y yo de amarte.
De lejos te amo y de cerca suspiraba por tu amor.
Me trasladaron del acuartelamiento de
Puivert a Bayona para recibir formación de enfermero, un destino que debí no aceptar,
desde aquel domingo soleado que me convirtió en asesino y me trajo hasta aquí,
Dios me negó su caridad.
A finales de 1806, estando en el frente
de Jena, por escrito, apoderé a mi buen amigo Mateo para reeditar el libro inspirado
en tu revolución, esta vez con la seguridad que suponía imprimirlo en París y con
la esperanza de que el porvenir pondría uno en tus manos. ¡Cuándo suceda, mi Alma
se habrá reencontrado para siempre con la tuya! Te quiero en este mundo de
tinieblas y te querré en la infinita paz.
Si has leído estas líneas es porque
estoy con el Padre que ha requerido mi presencia.
Una estrella del firmamento brilla de
amor por ti.
Luis Gutiérrez
A JIERRO CARTA III COMPLETA
PRÓLOGO: EL DESCUBRIMIENTO
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Carta III
·
Hallada
en la laguna de los Cachones en 1992.
·
Respuesta
en carilla, doblado francés, sello fragmentado de colofonia rojiza.
·
Dirigida a:
On est le Lyon, 22 de mars de 1816.
Doña Pilar Gómez García.
Cher Madame Gómez.
Mi llanto surge de alegría al saber de usted, a
pesar de la honda tristeza que padezco. J’ai
récupéré votre lettre de la mano de Michel
H., oficial del ejército de la corona e íntimo amigo de Manolo, recién trasladado
del cuartel de Puivert con destino a la escuela militar Madame Pompadour de París.
Al terminar de leerla me puse de inmediato a redactar estas líneas con afecto y
con el respeto que siento hacia su persona. Yo soy la señora de Manolo, es
posible que no sepa de mí. Nos casamos el día que partió al frente, lo
decidimos a las cuatro semanas del primer beso, el contundente flechazo de
Cupido evocó tan maravilloso sacramento. Mi marido me habló mucho de Ud., le
tiene auténtica admiración y una gran estima por su coraje al enfrentarse al
autoritarismo en la España famélica de equidad social.
En estos agitados tiempos, la
Jefatura de Versalles padece el caos de la administración gala. Le bureau de poste es una colina de
correspondencia de enorme retraso en el reparto. Pese las especiales circunstancias
en las que nos encontramos, las autoridades militares están dispuestas a
entregarlas a cada destinatario. Por la fecha encabezada puedo dar gracias a Dios
de tener la suya, de estar aquí Manolo expresaría con un ¡Ozú!, la queja por la
demora. Pido disculpas anticipadas Madame
Gómez por mi imprecisa memoria.
Las últimas noticias de la situación de Manolo han venido
de la mano de del camarada de armas René que consiguió fugarse de los custodios
ingleses. Afirmó que posterior a la encarnizada batalla de Waterloo, a la que
fuimos abocados por Napoleón en su testarudez de dominar Europa, unos pocos pudieron
huir y miles fueron embarcados rumbo a la bahía de Valencia. De familiares y
amistades, sé que las embarcaciones son naves presidio que esperan fondear en Cabrera,
es un islote del archipiélago Balear adoptado como cárcel militar.
A consecuencia de la derrota en la ciudad española de
Bailen dejamos de soñar. El suceso de que los jóvenes hombres galos eran
capturados y hacinados en fragatas, o como decimos aquí en ataúdes flotantes,
conmocionó al pueblo Francés. Los difuntos, por el hambre o por la séptica
herida, fueron arrojados a las aguas del Mediterráneo.
El entusiasmo de Sevilla en acoger los preceptos de l'empereur Bonaparte también asistió a
la batalla del Puente de Triana para castigar con dureza la nefasta intención
de querer apropiarse una tierra que no le pertenecía, ni por historia, ni por
derecho. Conocemos bien el procedimiento aplicado a los prisioneros en aquel
descalabro que se extendió por todo su país, no hubo perdón para ningún soldado,
tampoco para los civiles compatriotas residentes, incluidos los de doble bandera.
Cualquiera con arraigo francés sufrió la terrible reclusión. Si se repite la
misma condena, temo por la vida de mi esposo. Me horroriza pensar por lo que estará
pasando mon bon amour.
Guardo su cariñoso pliego como un tesoro. Se sentirá muy
feliz al leerlo.
Avec tout mon amour et mon affection,
recevez un gros câlin.
Att. Chloé
Rodríguez.
P.-S.
Si averiguase dónde se halla, por favor comuníquemelo por muy dolorosos que
puedan ser los detalles.