viernes, 31 de marzo de 2023

CRÓNICA DE UN FUNERAL


«Nunca conseguimos la libertad en la pureza de su significado. Vivimos dependientes de la madre en el útero. Al nacer dependemos de la lactancia. Mientras crecemos dependemos del dinero. Y, cuando esperamos a la muerte, dependemos de la incertidumbre de si vendrá hoy o lo dejará para mañana». 

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El floral féretro descansaba en una peana de mármol de un metro de alto, recubierto en su totalidad con pétalos de rosas de tonalidades oro, plata y verde —a simple vista parecían artificiales, pero no lo eran—. En el fondo opuesto se encendieron cientos de velones, cirios y velas, que lentamente dieron luz a la coral del Liceu —subida en un andamio— con la vocalista en el centro y a sus pies la orquesta filarmónica de la ciudad condal. Al hacer acto de presencia el arzobispo Lluís Sistach y dos de sus diáconos, responsables de la ceremonia, sonó la primera nota que dio paso al Himno de la Vida, cantata poética de Fernando Arbex. Viene a ser una nana que al oírla los pelos se me ponen de gallina. La letra hace referencia a María que entre sus brazos, en una noche azulada, da la bienvenida a su hijo Jesús recién nacido y le susurra ser su madre. Seguido de la alabanza de los ángeles descrita en el Evangelio, Tanaj y Corán. La majestuosa sonata es un cántico en latín, hebreo y arameo, con la pretensión de unir las religiones monoteístas; Judaísmo, Cristianismo e Islamismo. Arbex, de este modo, supo materializar perfectamente la petición del líder palestino, Yasir Arafat, de crear una composición sinfónica que reuniese a los tres credos. Titulada «Belén 2000 Himno de la Vida» y que se convirtió en la obra maestra del Año Santo Jubilar.

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