sábado, 24 de junio de 2023

LOS MAYORES TAMBIÉN AMAN

Tras el fallecimiento de Paloma, el 28 de febrero del 2002, su nieta Adriana descubre, en un cajón de la cómoda del dormitorio de Paloma, una carta que conmovió su corazón.

El remitente, Daniel, deja entrever que fue alcanzado por la metralla de una bomba y que pudo haberle ocasionado una secuela física, siendo este el posible motivo por el cual decide alejarse de ella.

Página de autor: https://amzn.to/3joQhpe
Microrrelato audible: https://youtu.be/GbaPLNY8xzk
  

Málaga, 14 de febrero de 1941

Amada Paloma:

                           Qué valor tiene nuestra alma si no puede sentir y vivir, para lo que ha sido creada. ¿Quién la pone sobre aviso de los males que la acechan?, cuánto desamor hace falta para destruirla. Si tuviésemos las respuestas no sabríamos de qué sirve tenerla. Ella se descubre a sí misma, y cuando lo hace nos aboca a un estado que el cuerpo no puede imitar, su efecto es para siempre. Al surgir el Alma por primera vez, y ésta se diluye al no ser alimentada, la mente la reclama una y otra vez, hasta que te vuelves loco o terminas aceptando su pérdida. Nos inunda de una energía tan especial que al perderla intentamos sustituirla con lo que se le parezca. Al experimentar su existencia, los intentos de reflotarla nos conducen a una secuencia de errores, incorregibles e imperdonables. Pude sentirla en el ocaso que me regalaste y desde entonces he podido conservarla haciéndole creer que vivías en mí.

    Llegué ayer de buena mañana. Entré en la taberna a saludar. Y, para qué engañarte; te buscaba, quería abrazar la juventud de tu mirada, y repetir aquella despedida. Cuanto dolor dejamos ese día, y cuanto amor sembramos en nuestras almas. Después del imborrable beso, en apenas unas semanas, me transformé en un hombre tras un fusil que no llegué a usar, y tú en la mujer que cada noche al cerrar los ojos la escuchaba hablar del amor, de la belleza de las cosas y de la importancia de vivir.

    Volví a verte a través del hilo de luz que deja pasar la cortina de finas láminas plateadas, el tintorro temblaba de la emoción. El brillo, al moverla, deslumbraba tus labios. Quise ser poeta en ese instante y confesarte lo que sentía en cada palpitar, pero no pude. Las fuerzas de valor que recibía de ti al evocarte, en la locura de sangre y odio, las perdí al verte tan cerca, tan lejos. Todavía conservo la foto que me regalaste por mi veinte cumpleaños. Fue el mejor regalo para la vida que me tocó vivir sin estar a tu lado.

    Perdóname Paloma. Son las líneas que debí de haberte escrito en la fecha de cabecera para hacerte saber que seguía vivo.


    Meses después del alistamiento, estalló un obús en la guarnición. En ese instante supe que había muerto y que nunca más sabría de ti, pero juré conservar el albor de nuestro amor. Desde entonces revivo en el despertar de la mañana cada uno de los momentos de felicidad que tuvimos juntos, y que unos extraños nos arrebataron. Tuve que alejarme de ti para evitar que sufrieras el estado en el que quedé. Confío que aún recuerdes al hombre que hacía crecer tu sonrisa a tus diecinueve años. Eras maravillosa, lo éramos, lo somos. Mi corazón siente, te siente, palpita junto al recuerdo de esa sonrisa.

    Con ochenta años te escribo para decirte que te quiero. No puedo seguir repitiéndome a mí mismo lo mucho que has significado para mí.

    No te enfades, no te hieras, no rabies, lo volvería a hacer. He conservado nuestros sueños, quizás, de otro modo se hubiesen borrado. He sido feliz teniéndote en mi locura. De eso trata el amor, mi amor.

    Ahora, solo puedo esperar el reencuentro. Al llegar a la estación de la eternidad aguardaré tu presencia y te abrazaré igual que el día de mi partida.

Pronto el vaporoso tren del destino me recogerá.

Paloma, oigo el agudo sonido de su silbato, mientras escribo estas líneas.


A Illa de Orense, 14 de febrero del 2002

Fdo.

Tú amado Daniel.



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