La pobre mujer de treinta y tantos, manifestaba a su pequeña hija que no podía más. Entre semana vendía su dignidad por veinte cigarrillos y doscientos gramos de pan.
Yulia, madre y abuela, de 60 años. Al escuchar su lamento respondió:
—Ha sido siempre nuestra obligación resistir. Cuando el mundo gira en llamas, a nosotras corresponde movernos y salvar lo poco que queda, sin quejarnos. Parimos hijos para la destrucción e hijas para la reconstrucción, así guerra tras guerra, y, en tiempos de paz, nos dan de lado.
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